Sara
lo cuenta todo
La actriz y
cantante manchega descubre el relato completo de su vida en las memorias
tituladas “Vivir es un placer”
MIGUEL
VICENS. Palma
Sara Montiel y su hija vestidas de payesas mallorquinas en una imagen de 1980.
Sara Montiel ha
hecho memoria y el escritor Pedro Manuel Víllora ha prestado su pluma y oficio
a la artista manchega. El resultado del ejercicio se llama Vivir es un placer, acaba de salir a la calle y es un libro
publicado por la editorial Plaza&Janés, una biografía que se lee como una
novela trepidante y por la cual desfilan relevantes actores, escritores,
artistas, científicos, intelectuales y políticos.
Sara Montiel se
desnuda en 416 páginas, descubre con reflexiones, opiniones y anécdotas cada
episodio y circunstancia histórica que le ha tocado vivir, desde su nacimiento
en Campo de Criptana hasta la muerte de su último marido, el mallorquín Pepe
Tous, y los difíciles años que vivió después del suceso; desde su triunfo
cinematográfico hasta su relación con Franco y el franquismo; desde la historia
de los hombres a los que amó hasta su vida en Mallorca.
La obra es un
friso de notables en el que junto a la actriz y cantante aparecen pintores como
Dalí, Miró, a quien visitó con frecuencia en Son Abrines, Tàpies, Diego Rivera
o Frida Kahlo; escritores como León Felipe, que se enamoró perdidamente de Sara
y fue su mentor intelectual, Octavio Paz, Rafael Alberti, Arthur Miller o
Ernest Hemingway, que le enseñó a fumar y con quien tuvo un romance tan breve
como apasionado e intenso; estrellas españolas como Imperio Argentina, María
Félix, Amparo Rivelles, Dolores del Río, Fernando Fernán Gómez o Jorge Mistral;
y mitos de Hollywood como su primer marido, Anthony Mann, Cary Grant, Burt
Lancaster, Ava Gardner, Greta Garbo, Marlene Dietrich, Alfred Hitchcock, Clark
Gable, Marilyn Monroe, James Dean o Gary Cooper, con quien desmiente el romance
que se le atribuye. “Si hubiese querido hubiese
hecho el amor con Gay Cooper, pero no quise”, relata.
En el centro del
friso Sara Montiel ha querido colocar a su madre, a quien quiere rendir tributo
con el libro. “Estas memorias y esa vida, mi vida,
están dedicadas a la persona que me ha acompañado siempre y a quien más he
amado: mi madre”.
En su biografía,
la actriz y cantante descubre lo que ha admirado de los hombres a los que ha
amado. “Eso se lo habré dicho a mi madre ochenta y
ocho mil veces”, cuenta. “Y yo soy igual que
ella: tengo que enamorarme del hombre para poder estar con él. Y de un hombre
me enamoro si lo admiro primero, pero no por su físico, porque he estado con
hombres que físicamente no valían nada, como Miguel Mihura. También ha habido
excepciones, como Severo Ochoa, que era impresionante, pero aun así me llevaba
veintitrés años, con lo cual me doblaba la edad. Los hombres que a mí me han
gustado han sido mayores e inteligentes. (…) Tenía clarísimo que yo no hablaba
con un tonto o mediocre. Siempre me he fijado en la cabeza, en el talento, y
tengo que admirar a la persona tanto para el amor como para la amistad. A mis
amigos los tengo que admirar”, manifiesta.


Entre los romances
de la actriz llama la atención el que mantuvo con Severo Ochoa, porque hasta el
momento era un episodio intuido sólo por algunas personas próximas a su entorno
y desconocido por la mayoría del público. A esa relación apasionada, intensa y
clandestina el libro dedica dos de los veintisiete capítulos.
“Al
amor de mi vida lo conocí en Nueva York en 1951. Muy poca gente lo supo
entonces y a muy poca gente se lo he dicho después. Es algo que siempre he
creído conveniente que permaneciera oculto. Nadie se habría visto beneficiado
de haberse sabido esta historia, y en cambio había una tercera persona a quien
se le habría dañado cruelmente y sin necesidad. Una mujer a la que siempre he
respetado y que no merecía sufrir por mi causa”.
“Luego,
cuando esta mujer falleció, lo sentí mucho, porque había sido una excelente
compañera y él quedó muy triste y solo sin ella. Ninguno de ellos vive ya, y es
ahora cuando puedo contarlo, porque mi vida estaría incompleta sin él”, justifica.
El relato de
Sara Montiel se mezcla con momentos importantes de la historia que la autora
recuerda a su manera, como testigo circunstancial de los hechos. Así cuando
habla del “amor de su vida” comenta: “En 1959, yo
estaba haciendo Carmen la de Ronda cuando
supe que a Severo Ochoa le habían dado el Premio Nobel de Fisiología y Medicina
gracias a sus investigaciones sobre aquellas enzimas de las que tanto me había
hablado”. En otro pasaje de las memorias afirma: “Conocí a Castro y supe que algo se estaba preparando en Cuba, algo
grave, y que Cuba iba a cambiar. Lo que no podía saber es que iba a cambiar
tanto. Por eso no he vuelto ni quiero volver”.
El autor de Por quién doblan las campanas también se
enamoró perdidamente de la protagonista de El
último cuplé. Sara Montiel llamaba a Ernest Hemingway simplemente Ernesto. “En casa de los Gómez Mena conocí a Ernest Hemingway”,
relata. “Y aunque yo estaba con Severo, Ernesto y
yo estuvimos juntos una vez. Sin embargo, no se puede decir que por eso
engañase a Severo, porque yo no estuve con Ernesto por amor. Mi amor era para
Severo; por Ernesto sólo sentí una mezcla de deseo sexual y admiración”,
justifica.
En una fiesta
del 18 de julio, Sara Montiel y Anthony Mann fueron invitados por Franco junto
a otras personalidades al acto conmemorativo que se celebró en el palacio de La
Granja. “Franco me vio de lejos y me dijo: Venga
usted, violeterilla; venga usted aquí”, mientras el director
norteamericano sufría un ‘oloroso’ ataque de gastroenteritis.
“En
aquel mundo labré mi carrera y aquel mundo quiso aprovecharse de mí”, narra la
actriz. “Franco me utilizó. Cuando mis películas se
convirtieron en auténticos bombazos en la Unión Soviética y sus países
satélites, me mandaron a Rusia y a Rumanía. A Rusia fui a cambio de petróleo y
a Rumanía a cambio de madera”.


Por los años de
matrimonio con Pepe Tous y las amistades que mantiene en la isla, Mallorca
tiene una importante presencia en las memorias de Sara Montiel. “Hice amistad con María Dolores Miró, hija de Joan Miró.
Y tengo otros cuatro amigos más en Palma: mis titis María Serra del Foro, María
Antonia Masanet y Maruja García Nicolau, que fue Miss Europa en 1962; y no
puedo olvidarme de mi querido Jaume Matas –subraya la actriz-, el actual ministro de Medio Ambiente, que siempre me
prestó su apoyo incondicional. Son íntimos míos de verdad: los he tenido cuando
los he necesitado y han estado totalmente abiertos a mí y yo a ellos”.
Sin embargo, la
relación de Sara Montiel con la isla ha tenido también momentos no tan
agradables. “Cuando nos unimos, la sociedad de
Palma le dio de lado a Pepe. Pepín Tous era el soltero de oro, un buen partido,
y le reprocharon que se emparejase con una mujer casada. Incluso me acusaron de
arrimarme a él por su dinero”, recuerda la actriz.
FRAGMENTOS DEL CAPÍTULO XXVII DEL LIBRO
“VIVIR ES UN PLACER” (PLAZA&JANÉS)
La vida con Pepe y sin Pepe
La
vida con Pepe Tous funcionó de maravilla, porque había una química estupenda.
Tal vez no tanta como con Giancarlo, pero sí de otra manera. Pero él era un
hombre que se enamoró de Antonia. Sara Montiel no le interesaba para nada.
Pepe
no era admirador mío. La única película que realmente le gustaba de las que
había hecho era El último cuplé; un
poco también La violetera. Ya con él
hice Varietés, y esa sí le agradó
mucho, porque hablaba del mundo que conocía bien. Pero, en general, a él le
gustaba un tipo de cine más intelectual y menos romántico. Y si le gustó El último cuplé no fue por mí, sino
porque independientemente de mi actuación había un gran trabajo de Juan de
Orduña, que había sabido hacer una película espléndida.
Cuando
lo conocí, él todavía dirigía su periódico, Última
Hora, que salía desde 1892. Vivía en el ático del mismo edificio, en un
piso que había arreglado para casarse con la novia que tenía, y cada mañana, a
las siete, bajaba a la redacción; y no subía hasta las tres y media o cuatro de
la tarde. Por su trabajo no quería venirse a vivir a Madrid, así que fui yo
quien se sacrificó para vivir con él, en lugar de sacrificarse él para vivir
conmigo. Ahora bien, esto fue algo que yo comprendí sin necesidad de hablarlo.
En ningún momento me dijo que, o vivía en Madrid, o me quedaba en Palma.

Sara Montiel, Pepe Tous y los hijos de la pareja, Thais y Zeus.
También
tenía una sala de fiesta desde 1965, Tagomago. Luego la vendió y compró otra
que se llamaba Rosales. A esas salas llevaba a los mejores artistas del
momento. Y viajaba mucho a Milán para asistir a la ópera, y al Liceo para
contratar artistas cuando en febrero terminaba la temporada operística de
Barcelona.
Además
tenía tres cines, y prácticamente sólo conocía Madrid de venir a hacer los
contratos con los distribuidores. Donde realmente había hecho vida había sido
en Barcelona.
(…)
Al
no vivir en Madrid dejaba de estar en el ambiente. Así me fui retirando un
poco, pero él se dio cuenta. Entendió que me iba quedando aislada y que su
ligazón con el periódico nos impedía determinadas libertades. Por eso lo vendió
en 1977, aunque quedándose con un tercio de las acciones. Entonces ya pudimos
viajar juntos, ir de un sitio a otro…
(…)
Con
Pepe tuve varios abortos, y decidimos adoptar. Hicimos solicitudes en
muchísimos sitios, y en febrero de 1979, cuando me había quedado nuevamente
embarazada, nos llamaron de Brasil. Muy poquito antes, en 1978, recibí la
anulación de mi matrimonio, con lo cual volvía a estar soltera después de
catorce años. Hasta entonces pensábamos en adoptar sólo bajo su nombre, pero
ahora ya pude hacerlo bajo el mío. De nada habría servido que nos hubiésemos
casado de inmediato, porque la ley brasileña impedía la adopción a las parejas
que llevasen casados menos de cinco años; en cambio, los solteros podíamos
hacerlo.
Con
el nuevo aborto apenas ocurrido, vi nacer a mi hija. Estuve en el parto, le di
el primer baño y el primer biberón, y le di mis apellidos: Tahis Abad
Fernández, hija de la madre soltera Antonia Abad Fernández. El 30 de julio ya
nos casamos, y entonces Pepe le dio sus apellidos, reconociéndola como hija.
(…)
Durante
dos años vivimos encima del periódico. En 1972 compramos la casa de Na
Burguesa, donde estuvimos hasta el 1988, en que bajamos al Paseo Marítimo
porque el colegio quedaba demasiado lejos y, además, los amigos de mis hijos no
subían hasta allí porque los padres no se atrevían a llevarlos en coche, y es
que había una carretera con un kilómetro de curvas peligrosas.
Cuando
nos unimos, la sociedad de Palma le dio de lado a Pepe. Pepín Tous era el soltero
de oro, un buen partido, y le reprocharon que se emparejase con una mujer
casada. Incluso me acusaron de arrimarme a él por su dinero.
(…)
Luego
hice amistad con una persona maravillosa, que es María Dolores Miró, la hija de
Joan Miró; y al mismo tiempo con la tía María Luisa, una admiradora que fue a
visitarme con dos sobrinos pequeños y quedamos como amigas. Y tengo otros
cuatro amigos más en Palma: mis titis María Serra del Foro, María Antonia
Masanet y Maruja García Nicolau, que fue Miss Europa en 1962; y no puedo
olvidarme de mi querido Jaime Matas, el actual ministro de Medio Ambiente, que
siempre me prestó su apoyo incondicional. Son íntimos míos de verdad: los he
tenido cuando los he necesitado y han estado totalmente abiertos a mí, y yo a ellos.
A
Pepe ese rechazo no le hizo mella alguna. Él era muy educado, muy buena gente y
estupendo, pero para eso le importaba la gente tres bledos.
Pepe
era un hombre muy libre en vestir. Le gustaban las camisas de muchos colores.
Era tan alegre que parecía más ibicenco que palmesano.
Se
preocupó mucho por mi imagen. Me asesoraba, me daba consejos sobre lo que tenía
que cantar y lo que tenía que ponerme. Como él viajaba mucho a Miami y Milán,
me compraba muchos vestidos que, sin verlos yo, me venían perfectos y eran
todos preciosos: para actuar, para vestir, para la calle…
Él
se encargó de todo conmigo: la publicidad, la prensa, el teatro… Fue para mí un
empresario perfecto; disfrutaba y además ganábamos mucho dinero juntos.

Quería
que volviese al cine, pero después de Cinco
almohadas para una noche y tras la muerte de Franco me negué, porque el
cine de los años setenta era horrible. Me ofrecían muchísimo dinero por no
hacer nada más que enseñar los pechos en la pantalla, pero eso no era el cine
para mí.
(…)
Él
impulsó mi carrera musical. Si después de dejar el cine he seguido veinticinco
años manteniendo mi nombre, ha sido gracias a él. Me puso a trabajar sin parar
sobre el escenario. Me preparaba los espectáculos, las orquestas… La segunda
parte de mi vida artística, al dejar el cine, se la debo a él.
Jamás
tuvimos una crisis, tal vez porque fuimos el uno al otro cuando ya no éramos
niños, sino con una edad suficiente para saber en qué consiste la vida en
común.
Pepe
y yo contrajimos matrimonio para darle un apellido a Thais. Él tenía mucho
sentido de la familia, y a mí me pareció bien legalizar nuestra situación. Pero
el día de la ceremonia llegó sin que yo me enterase.
Llevaba
tanto tiempo viviendo con Pepe y levantándome de la cama a su lado a las diez
de la mañana, que el 30 de julio amaneció para mí como otro día cualquiera.
Pepe se levantó, fue al cuarto de baño y permaneció allí mucho rato.
-¿Adónde
vas?
-Al
Teatro Balear, amor; a dejarlo todo preparado.
Me
bajan el desayuno, cojo a la niña y nos vamos a la piscina. Se hacen las dos,
las tres de la tarde, y a las cuatro seguía en la piscina. De pronto, salen
Antonia y la señora Bárbara:
-Señora,
que es muy tarde ya. ¿Cuándo se va a arreglar?
-¿Cómo
que cuándo me voy a arreglar? No creo que el señor venga ya a comer.
-Pero
señora que son las cuatro y a las seis tiene que irse usted a casarse.
Se
me había olvidado totalmente. Recogí la ropa de la niña, la mía, me fui a la
peluquería, porque tenía todo el pelo mojado. Me vestí y me maquillé allí como
pude, y, por supuesto, llegué tarde.
Hacía
un calor espantoso, y estaban todos los invitados esperándome en el palacio de
justicia.
-Ya
pensábamos que te habías arrepentido –me dijeron cuando llegué.
El
juez fue muy simpático. Nos tendió el papel para firmarlo, pero alargamos un
poquito los trámites para que los fotógrafos pudieran hacer su trabajo.
Entonces, Pepe dijo a la gente que no habíamos podido bautizar a Thais ese
mismo día por la mañana, como era nuestra intención, porque lo había prohibido
el señor obispo de Mallorca, ya que no
nos íbamos a casar por la iglesia sino por lo civil.
-¡Hijo
de puta! – gritó Terenci Moix.
Y
al día siguiente, los alrededores del palacio arzobispal aparecieron llenos de
carteles: “No dejéis que los niños se acerquen a él”, se leía en ellos.
Pero
todo se solucionó gracias al obispo de Barcelona, que nos dio permiso para
bautizarla allí. Y es que, aunque no fuese creyente, tenía interés en
bautizarla por mi madre, que tampoco había sido muy católica pero sí había
creído en Dios y habría sido una alegría para ella. No le dimos una educación
católica ni a Thais ni a Zeus, pero quisimos que estudiaran todas las
religiones para que pudiesen elegir por sí mismos.
(…)
Cuando
Pepe murió, estuve tres años en tratamiento con un psiquiatra de Barcelona. Fue
una muerte espantosa, porque su enfermedad apareció de repente y sin ninguna
posibilidad de cura. Y él no supo que se iba a morir, pero yo sí.
(…)
Todo
era tan creíble que se murió sin enterarse, acostado, después de comer.
Estábamos en la cama. Él estaba recostado sobre el lado izquierdo, porque en el
derecho tenía el catéter con el cuentagotas de la droga, que él creía que era
algo para limpiarle el intestino.
(…)
EL RECORTE CCCLXXVIII
En marzo de 1988, esta revista, que desconocemos, publicaba este "documento" en el que la estrella reseñaba los seis momentos más importantes de su vida en el umbral de su sexagésimo cumpleaños.
DOCUMENTO
La legendaria artista cumple 60 años
SARA MONTIEL
Sara Montiel cumple el próximo día 10 sus primeros
60 años. Desde la atalaya de esa edad, la que fuera gran estrella del cine
español, hoy convertida en leyenda, reflexiona sobre aquellos seis momentos que
marcaron su vida. Fechas unidas a León Felipe, el gran poeta que la educó; a
Anthony Mann, el hombre que le abrió las puertas de Hollywood, y, sobre todo,
al filme El último cuplé, con el que
le llegó el éxito y la fama. Sara reconoce haber sido una privilegiada de la
fortuna que ha obtenido todo lo que se había propuesto en la vida.
“Seis fechas que dejaron huella en mi vida”

En la plenitud de su madurez, Sara Montiel no se arrepiente de las decisiones tomadas a lo largo de su vida.
León Felipe
11 de mayo de 1950
La
noche en que conocí a León Felipe en
casa del doctor José Puche, el
especialista en endocrinología y nutrición, en cuyo hogar nos hospedábamos mi madre
y yo en México, supe que era un hombre que me iba a marcar, y mucho.´
Yo
era una jovencita de 22 años recién cumplidos que no llevaba más de quince días
en la capital mexicana. Había emigrado a América con el objetivo de triunfar en
Hollywood, la meca del cine, vía México.
León tenía entonces
sesenta y cuatro años. Vivía exiliado con su esposa, Berta, desde el final de la guerra civil española y era uno de los
grandes poetas contemporáneos.
Durante
aquella cena, una cena de exiliados y emigrantes, sentí que entre León y yo iba a haber algo muy fuerte.
Soy una mujer intuitiva. No me equivoqué. Me convertí, casi instantáneamente y
durante los cuatro años que estuve en México, en su musa y en su obra. Porque León fue para mí el gran Pigmalión.
León me educó, me hizo
conocer el teatro griego y el clásico, me abrió los ojos a la poesía, a la
música clásica, al ballet –la primera vez que vi una representación fue con
él-, a una dimensión nueva de la vida desconocida hasta entonces para mí.
Me
llevó, incluso, a aprender arte dramático con el gran maestro Sekisano, un japonés que había enseñado
a Marlon Brando y otras estrellas de
Hollywood y que se había ido a vivir a México al casarse con una mexicana. León, es verdad, se enamoró de mí. Fue
una pasión desaforada que nunca llegó a materializarse, pero que se convirtió
en un poderoso motor creativo en la última etapa de su vida. Fui su último
tranvía. Y Berta, que era una mujer
muy inteligente, así lo comprendió y admitió. Lo amaba mucho.

León Felipe. El poeta León Felipe, exiliado en México tras la guerra, se enamoró de Sara Montiel y la convirtió en su musa.
León pensaba que yo era
más un animal de teatro que de cine, espectáculo al que consideraba un arte
menor, e influyó decisivamente años más tarde en mi negativa a firmar un
contrato leonino de siete años con la Columbia. “¡Ni hablar. ¿Qué se han creído? Dos años, si acaso, y eso es mucho”,
me dijo por teléfono casi a gritos.
León confiaba en mí.
Sabía que llegaría. Murió en octubre de 1968, en México. Había visto El último cuplé incontables veces y se
conocía todas mis películas. Me hizo un poema maravilloso que guardo como un
gran tesoro.
Anthony Mann
14 de septiembre de 1955
Mi
relación con Tony pasó por dos
fases: admiración y amor. Mi admiración nació en México cuatro años antes de
conocerle, cuando vi su película La
historia de Glenn Miller. Y fue en aumento el 14 de septiembre de 1955,
cuando me lo presentaron en Hollywood durante una comida de trabajo en el
restaurante para ejecutivos de la Warner Bross. El almuerzo tenía como fin que
nos conociéramos los que íbamos a trabajar en Serenade –Dos pasiones y un amor se llamó en España-. Aquel día se
hizo realidad el sueño de mi vida. No hice caso a nadie. Sólo tuve ojos para él
durante toda la comida; pero ni entonces ni durante el rodaje, en el que Mario Lanza hacía de protagonista
masculino, ocurrió nada. Fue después de que acabáramos el rodaje de la película
cuando me declaré durante una cena en un restaurante japonés de Santa Mónica. Tony se mostró un poco reticente. La
diferencia de edad, me llevaba veintinueve años, le preocupaba bastante. A mí
no me importaba nada.
Tony y yo no nos
casamos hasta marzo de 1957, y en artículo
mortis, en Nueva York. A Tony le
había dado un fuerte ataque al corazón y estaba al borde de la muerte. La
ilusión de nuestro matrimonio le dio las fuerzas necesarias para salir
adelante.
Si
León me dio cultura, Tony me dio seguridad en mí misma, me
enseñó todo lo que hay que saber sobre el cine.
Tony me abrió las
puertas a un mundo al que nadie en España tuvo acceso. Conocí a todo Hollywood
en pie de igualdad. Conté con la amistad de seres como David Lean, Gary Cooper, Alfred Hitchcock, Orson Welles, Elia Kazan,
Marlon Brando, y un largo etcétera. Influyó mucho sobre el tipo de mujer
que yo tenía que interpretar.
Yo
le daba a él, a cambio, ilusión, vida. Era como una potente dinamo de energía.
En mí bullía descontrolada la vida. Y ese fue el problema al final. Yo quería
vivir y él estaba de vuelta de todo. Tropezábamos, a veces, en el trabajo. La
Warner me ofrecía películas, yo las rechazaba y Tony me echaba la bronca diciéndome que no llegaría nunca a nada si
seguía así.
Tony y yo nos separamos
no porque no nos quisiéramos, sino porque viajábamos en dos trenes de
diferentes velocidades. Y yo necesitaba seguir mi ritmo. Fue una etapa, junto
con la de León, de aprendizaje y
formación personal y profesional muy enriquecedora. Cuando me enteré años más
tarde por un periódico que Tony
había muerto de un infarto, me desmayé y sentí un dolor desgarrador dentro de
mí.

'El último cuplé'. Fue una película que se rodó a trancas y barrancas, pero que consagró a Sara y la catapultó a la fama.
Alfred Hitchcok. Sara tuvo una especial relación con el genio del suspense, que le fue presentado por Anthony Mann.
“El último cuplé”
4 de mayo de 1957
Puede
resultar chocante, pero yo me enteré del éxito de El último cuplé tres días antes de que éste sucediera. Kappy y Philip Jordan, dos amigos de Tony,
me habían estado haciendo una carta astral y aparecieron, de pronto, muy
acalorados el 4 de mayo por la mañana.
“Sara, tu vida está a punto de
cambiar”, me dijeron. “Tienes una
gran estrella y un gran porvenir”. Yo me eché a reír. “Dinero vas a tenerlo todo. Maridos, tres. Hijos, muchos –tuve once
abortos-. Y el éxito te va a llegar
arrollador. Estamos asustados”, me confesaron.
Yo
me lo tomé un poco a sorna. Estaba pasando por una etapa no muy buena. Acababa
de rodar en España El último cuplé y
no había eudado a gusto. Muchos problemas. El sabor de boca resultante no era
bueno. Tenía, por otra parte, a Tony
reponiéndose de su infarto. Eran tiempos de tragedia y esperanza.
No
se equivocaron. El día 7, de madrugada, Enrique
Herrero, padre, me llamó confirmándome el éxito: “Antonia, no sabes lo que es ‘El último cuplé’. La próxima Sissi se
llamará Sara Montiel”, me dijo.
A
la semana siguiente recibí otra llamada, ésta de Cesáreo González y Benito
Perojo, proponiéndome un contrato de 140 millones de pesetas –cuatro
millones de dólares de entonces- por cuatro películas.
Me
marché a España el 20 de junio. No se habían equivocado los hermanos Jordan. Paré la circulación en la Gran
Vía madrileña. A mi paso se formaban auténticas manifestaciones. La gente se
mataba por encontrar un asiento para ver mi película.
El último cuplé fue
lo más importante de mi vida artística. También la película que más trabajé y
sudé, todo gracias a Juan de Orduña,
que creyó en mí.
Fue
un doble éxito, como actriz y como cantante, que acepté con toda naturalidad
porque estaba convencida de que me iba a llegar tarde o temprano. Aprecié,
sobre todo, el hecho de que se me reconociera que sabía cantar. Porque nadie,
hasta entonces, creía en mí. Y les demostré que podría hacerlo tan bien o mejor
que nadie.

Gary Cooper. Durante el rodaje de 'Veracruz', que coprotagonizaron junto a Burt Lancaster, Sara y Gary Cooper, mantuvieron un idilio que se transformó en amistad con los años.
La muerte de mi madre
24 de julio de 1969
Aunque
sabía que padecía un cáncer de huesos irreversible que la tuvo postrada en cama
durante ocho meses, su muerte fue para mí como un mazazo. No pude, ni he
podido, aceptar nunca la muerte de mi madre, María Vicenta Fernández.
Con su madre. La muerte de su madre, María Vicenta Fernández, hundió a Sara en un período de locura.
Yo
me encontraba en Moscú cuando me avisaron de que estaba agonizando. Me había
desplazado allí con otros compañeros para recibir la medalla Lenin, por ser la
mujer extranjera más famosa de la Unión Soviética, durante la semana del cine
español que se estaba celebrando. El telegrama que recibí me hundió en una
profunda crisis nerviosa. Las autoridades soviéticas, como me habían prometido
en Madrid antes de viajar a Moscú, pusieron a mi disposición un avión que me
llevó en pocas horas junto al lecho de muerte de mi madre. Me acompañó en el
avión María Mercader, la esposa de Vittorio de Sica.
Aún
tuve tiempo para estar unas horas con ella. Falleció a la madrugada siguiente
de llegar yo a Madrid. Fue brutal. En muy poco tiempo había perdido a dos seres
muy queridos. Primero, Tony; luego,
mi madre.
El
dolor fue tal que me quise suicidar tirándome por el balcón. Era un décimo
piso, pero Esther Martín, mi
peluquera y amiga, lo impidió sujetándome por las piernas. Puede vivir, en
principio, a base de calmantes. Nunca he sentido un dolor como el que sufrí al
haber perdido a mi madre. No me enteré prácticamente de nada. Estaba ida por
completo.
Marujita Díaz
me ayudó mucho. Me llevó a su casa. Pasaba el día con Maruja y la noche con mi hermana Elpidia. Por la tarde visitaba la tumba de mi madre en el
cementerio de San Justo. Un día me di cuenta de que había una tapia que estaba
en obras por la que se podía entrar en el cementerio cuando estaba cerrado.
Empecé
a mentir a Maruja y a Elpidia. A Maruja le decía que me iba a casa de mi hermana y a Elpidia le decía que me quedaba con Maruja. Lo que hacía, en realidad, era
irme a dormir sobre la tumba de mi madre, colocando encima un abrigo de visón.
Así estuve tres meses, agosto, septiembre y octubre de 1969. Hasta que me
descubrieron.
Una
mañana, uno de los enterradores me sorprendió refugiada en la cripta de los
marqueses de Urquijo, que estaba
abierta. Había llovido la noche anterior. Me sacó de allí y me llevaron a casa.
Estuve
durante varios meses en tratamiento psiquiátrico bajo la supervisión del doctor
López Ibor. Yo no entendía el
porqué, puesto que consideraba la cosa más normal del mundo dormir por la noche
sobre la tumba de mi madre. Como yo no reaccionaba del todo me tendieron
una trampa. Me hicieron sentir una
responsabilidad fuerte sobre mis hombros, para olvidar. Así me presenté en el
teatro por vez primera en mi vida con Sara
Montiel en persona, en la Zarzuela, de Madrid.
Yo
salía como una autómata al escenario, no me enteraba. Llevaba como un piloto
automático. La terapia resultó, qué duda cabe, y empecé a remontar el dolor y
volver a vivir.
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La estrella de Sara la convirtió en foco de la noticia, acaparando las portadas de las grandes revistas.
De su matrimonio con Vicente Ramírez, Sara no guarda buenos recuerdos. Fue para ella uno de esos errores que se cometen en la vida.
Anthony Mann. Por 'Tony', como cariñosamente le llama, se interesó al ver una película suya. Luego se enamoró de él durante el rodaje de 'Serenade'.
Pepe Tous
28 de febrero de 1970
Lo
de Pepe Tous y yo no fue un
flechazo, como se suele decir. Fue un amor que entró poco a poco y que me
llenó, y me sigue llenando, como nada antes lo había hecho. Conocí a Pepe en el transcurso de la gira que
estaba haciendo por España con mi espectáculo Sara Montiel en persona. Pepe,
que era el empresario del Teatro Balear, donde se iba a poner en escena, me
estaba esperando en la escalerilla del avión con un ramo de flores.
Justo
es decir que yo no había sido nunca santo de su devoción. La verdad es que le
era indiferente. Pero a mí me gustó, y yo le gusté. Nos llevó al hotel a la
señora Inés, quien me vestía y
siempre estaba conmigo, como una segunda madre, y a mí.
Curiosamente,
la señora Inés me comentó en la
habitación que Pepe era muy majo, el soltero de oro le llamaban en la
isla. Pero pensamos que estaría casado y no le dimos más vueltas.
A
mí, Palma de Mallorca no me atraía demasiado. Tenía un mal recuerdo de mi viaje
con Vicente Ramírez, mi segundo
marido, y no quería estar más tiempo del necesario. Pero esa misma tarde cobré
un nuevo interés. Me enteré de que Pepe
estaba soltero.
Yo
llevaba relaciones con Giancarlo Viola,
un ingeniero de explosivos italiano, desde hacía siete años. Nuestra relación
era, y nunca mejor dicho, una relación explosiva, con continuos altibajos,
peleas y follones.
Yo
sentía que necesitaba en mi vida estabilidad, amor, formar una familia, tener
hijos. Y Pepe encarnaba lo que yo
quería. Nos enamoramos y encontré la vida. Era el hombre de mi vida, lo que
siempre había estado buscando.
Puede
resultar paradójico, y lo es, que haya terminado con un hombre de mi edad, yo
que siempre me he sentido fuertemente atraída por hombres mayores que yo. Quizá
es porque he superado aquel complejo de Electra
que me han dicho que tenía.
La
entrada de Pepe Tous en mi vida fue
determinante. Dejé a Gianca, me
quité el luto y me fui a vivir con él seis meses más tarde. No podía casarme,
ya que estaba legalmente casada con Vicente.
Eso, por fin, lo hicimos el 30 de julio de 1979.
Con
los niños tuvimos una mala época. Yo me quedé en estado y perdí un hijo a los
seis meses y tuve que abortar porque padecía una enfermedad llamada edema de King. Me cogió con 42 años.
Pero, gracias a Dios, todo se arregló. Tenemos ahora dos hijos maravillosos, Thais, que tiene 9 años, y Zeus, que tiene 4, los dos adoptados en
Brasil. Con ellos lo tuve todo. Me hice como madre, mujer y artista.


Su familia. Sara reconoce que conoció a Pepe Tous justo cuando necesitaba un cambio radical. Tienen dos hijos adoptados: Thais, de 9 años, y Zeus, de 4.
Mis 60 años
10 de marzo de 1988
Cumplir
60 me parece la cosa más maravillosa del mundo. Mirando hacia atrás, el balance
me parece netamente positivo. Me siento una privilegiada de la vida por haber
vivido tan intensamente, por haber conocido y haber sido amiga de personas tan
importantes, por haber tenido acceso adonde sólo unos pocos elegidos pueden
llegar y por haberme tocado la diosa del éxito con su varita.
Sé
que ya no soy una estrella, que estoy mucho más arriba, que soy un mito; pero
un mito que trabaja, que va a tener dentro de poco una serie de nueve programas
de una hora en TVE y que va a sacar un nuevo elepé, Purísimo Sara, con canciones de Carlos Berlanga, Joaquín
Sabina y Alberto Cortez. ¿Qué
más puedo pedir?
A
quien corresponda, gracias.
Transcripción. CARLOS BERBELL
LA FOTO CCCLXXVIII
Sara Montiel el día de la presentación de sus memorias 'Vivir es un placer'. Corría el año 2000.